La Performance es una solemne tontería. Domingo Mestre

La Performance es una solemne tontería
Domingo Mestre

Versión revisada de la conferencia/acción/(sin reacción) que fue leída en el IV Encuentro de Performance, “Llena 98”. Asturias. España.

I Proposición: La performance es como los chistes, cuanto más malos más te ríes (performance o chiste, en cualquier caso muy malos, firmada por United artists from the Museum).

II Proposición: El chiste es un juicio juguetón (pensamiento profundo y razonado de Karl Fischer)

III Proposición: Si ambas actividades consisten en un deliberado juguetear con las cosas del juicio, en unos casos medio en broma (esto es: tonteando) y en otros medio en serio (es decir: solemnizando), podemos afirmar, sin temor a equivocarnos demasiado, que la performance será una solemne tontería o no será.

Aunque este último postulado parece bastante más razonable que la deliberada provocación del título, tiene una pega importante, al menos a mi juicio: que ahora ya no se parece casi nada a un chiste y, justo por ello, cabría considerar que el razonamiento habría abandonado definitivamente el campo de la performance. Y es que, hacer una afirmación como ésta, por mucho que su enunciado pueda resultarnos todavía risible, nos aleja inevitablemente del territorio de los juegos y de la creatividad para llevarnos a ese otro mundo, absolutamente respetable, que es el de las aporías del ser. Sin embargo, a pesar de su necesaria inexactitud, resulta mucho más revelador enfrentarse directamente a la posibilidad de que todo esto de la performance sea una solemne tontería. Sólo así conseguiremos colocar “sobre la mesa", aquello que todos hemos pensado más de una vez aunque sólo algunos se han atrevido a formular en voz alta: el falso problema del juicio estético. Así pues, ¿qué es lo que es arte y qué deja de serlo? O, mejor aún ¿qué es una tontería y qué es lo que no lo es? Y cuándo —y por qué— algo deja de ser una cosa para convertirse en la otra. Porque esto nos llevaría al núcleo central de la cuestión: ¿es el arte todo una solemne tontería? O, precisando un poco más, ¿puede el arte dejar de ser una tontería sin convertirse en un despreciable negocio?

Estas son las preguntas que a nosotros, los United artists from the Museum, no nos dejan dormir por las noches, pero para llegar hasta ellas hemos tenido que recorrer un largo camino. El origen de la primera afirmación: "la performance es como los chistes..." proviene de un trabajo que presentamos, el mes pasado, en la Facultad de BBAA de Cuenca. Allí leímos una conferencia que era un auténtico plagio del espléndido ensayo, de Sigmund Freud, "El chiste y su relación con el inconsciente", consistiendo nuestro trabajo, únicamente, en sustituir el término chiste por el de performance. Los motivos por los que realizamos esta deshonesta "acción" arrancan, amén de las penosas condiciones de trabajo que nos ofrecía la Facultad de BBAA, de un artículo que se publicó el año pasado con el título "Contra el Arte, pero también contra el Público y, sobre todo, contra los Héroes (incluso los del silencio)". En ese texto, como podrán imaginar, no quedaba títere con cabeza y de ahí viene que, atrapado como estaba en mis propias contradicciones, me sintiera obligado a actuar con coherencia y diseñar alguna salida personalizada para aquella encerrona. La apuesta finalmente se concretó en una esperanza que luego se demostraría infundada pues la conferencia-plagio de Cuenca no era otra cosa que el penúltimo intento de cumplir con el compromiso adquirido en aquel escrito de explorar las posibilidades del hacer, únicamente, "lo que no se debe, lo que no vale o lo que no sirve".
Si bien cabe reconocer que tras la experiencia no encontramos exáctamente lo que buscábamos, también es cierto que a partir de ella descubrí, no sin profunda sorpresa por mi parte, el íntimo paralelismo existente entre las técnicas de elaboración del chiste descritas por Freud y las de la performance. Ello dio pie a que los United... nos propusiéramos seguir aquella pista que, de momento, a mí me ha llevado hasta la segunda conclusión provisional: la performance es una solemne tontería. Esta afirmación, aún no siendo novedosa (quién no se la ha escuchado decir a más de uno y de una), me parecía la más adecuada para continuar mi particular deriva —y, cuando esto escribía, me imaginaba ya una media sonrisa cómplice en la cara de algunos amigos acompañada de estruendoso ruido de sables por otras zonas; incluso soñé que algún periodista salía corriendo con su jugoso titular en la mano "Uno de los participantes en el Encuentro de Performance reconoce, y no sin razón, que lo que hace es una solemne tontería"—. La verdad es que ya entonces me reía a mandíbula batiente de mi propio chiste.

Pero, ¿estamos seguros de que esta afirmación tan solo es un chiste? ¿O también es, simultáneamente, una verdad como un templo? Por si acaso, yo intentaré ser tan honesto como me sea posible al analizar en voz alta la parte que controlo del proceso. La primera sentencia estaba construida de forma que funcionara simultáneamente como chiste y como performance, de tal modo que la no aceptación de una de las premisas obligará, necesariamente, a reconocer la otra. Con ello, la celada habría quedado tendida y tanto si Uds. se han reído como si no habrán quedado atrapados, de buena fe, en las redes del lenguaje. La idea era que tanto en un caso como en el otro quienes me estuvieran viendo y escuchando se vieran obligados a aceptar que el fenómeno resultante conformaba una auténtica performance, a pesar de su apariencia chistosa y de que ésta se considerara una buena o mala obra de arte. Sin embargo, aunque así fuera y mis expectativas se cumplieran al pie de la letra advierto que la operación tampoco tendría por qué dejar de ser una tontería. Al fin y al cabo, este tipo de estrategias de doble vínculo constituyen un fenómeno bastante común y está ampliamente analizado y estudiado por los sociólogos y psicólogos de la Escuela de Palo Alto. De hecho, las paradojas pragmáticas han sido utilizadas desde hace mucho, tanto por los presuntos creativos y (re)creativos publicitarios como por políticos y demás administradores públicos de los sentimientos.

Veamos ahora, pues, qué es lo que estaba planteando, realmente, con la tercera sentencia. Afirmar de una acción cualquiera, sea o no artística, que es una tontería supone clasificarla dentro de las actividades que llevan a cabo los "tontos" (que son los que no se enteran) y, de rebote, descatalogarla de entre las que hacen los "listos" (los que saben muy bien lo que hacen). Si además se autocalifica a si misma de solemne entramos ya, abiertamente, en el terreno del ridículo pues nada resulta tan patético como ver a un tonto que intenta dárselas de listo. En este aspecto me parece que ninguno de Uds. podrá negar que mi acción ha sido planteada como una verdadera tontería. Solemne tontería que no pretende nada excepto aportar un suplemento de caótica confusión a todo lo que aquí está aconteciendo. Y esto estaría muy alejado tanto de la ordenada claridad del conocimiento tecnocientífico, que constituye el paradigma de nuestra sociedad actual, como de la experiencia iniciática y trascendental que, se supone, es la alternativa que debería proporcionar el "Arte".

Sin embargo, me parece que aquí nos encontramos ante una nueva paradoja que reconvertirá en la más ambiciosa de las actitudes justamente aquella que aparentemente apuesta por la absoluta renuncia. De hecho, lo habitual es que ante propuestas inusuales se activen los mecanismos sociales encargados de preservar la identidad del grupo y que estos se ocupen, automáticamente, de recalificar y clasificar la propuesta de forma que sea desactivado el presunto potencial subversivo de la misma. A sabiendas de ello, deberemos admitir que el artista en cuestión -en este caso: yo-, se estaría comportando, al menos en esta ocasión, como un tonto en verdad redomado. Y no sólo por hacer lo que ha hecho hasta el momento -que ya podría ser considerado casin delito por la autoridad competente- sino también porque, además, le está haciendo el trabajo sucio (en este caso el análisis pormenorizado) a los chicos listos del sector críticón a sabiendas de que siempre podrán servirse de estos datos para descalificar tanto a la propuesta como al autor. Así pues, llegados a este punto, creo que ya podemos considerar demostrado, más o menos científicamente, que mi actividad hasta el momento debe ser considerada en propiedad como una solemne tontería —aunque reconozco que simultáneamente mantengo la esperanza de que alguien entre los que me está escuchando todavía me esté tomando en serio—. A partir de aquí, sólo restaría ya analizar si existen diferencias fundamentales entre lo que yo he planteado y lo que están haciendo el resto de mis compañeros/as. Y en el caso de que no hubiera grandes discrepancias, o éstas sólo fueran de grado mínimo, se habría verificado, al menos en este contexto, la validez del enunciado que da título a esta conferencia/performance/tontería.

Queda sin embargo por aclarar el sentido último de tan atípico planteamiento. Algo que a partir de aquí voy a intentar hacer aportando algunas claves que, de la mano del filósofo francés Clement Rosset, nos permitan profundizar un poquito en esta tonta concepción del arte que a mí me ha seducido. Dice el filósofo: "La mayoría de las conductas humanas se interpretan en nombre de algo: de un principio intelectual, racionalmente pensable, o de un interés biológico, eficazmente presente. Mucho más difícil resulta imaginar actos que se efectúan para nada, es decir, en nombre del azar, en el marco de una perspectiva trágica. [...] Tres de esas conductas, a causa de su importancia y de su frecuente reivindicación por parte de los pensamientos no trágicos, merecen una mención particular: la tolerancia, la facultad creadora y, por último, una cierta forma de risa...". De la primera, a nosotros sólo nos interesa destacar su afirmación de que "todo pensamiento no trágico [esto es, aquel que mantenga cualquier atisbo de fe ya sea en la Religión, en el Arte, en el Progreso o en cualquier otra monserga] es, necesariamente, pensamiento intolerante..." y ello, será así, por muchas máscaras de condescendencia que se ponga. A partir de esta premisa Rosset desarrollará su hipótesis sobre la imposibilidad de la Creación en el sentido fuerte que habitualmente se utiliza en el marco de la Institución Arte y, con ello, sentará las bases para la definición de una "Estética de lo peor" la cual se sustenta en una concepción de la creatividad como "...comportamiento desastroso que sólo puede interpretarse en el marco de una perspectiva trágica [y después añade] política de la sonrisa que, teniendo en cuenta la instancia a la que se dirige, puede parecer escandalosa autocomplacencia para un pensamiento no trágico...". Este es el punto en el que el filósofo confluye ya con Freud y con toda una corriente de pensamiento que nos lleva desde Nietzsche, Deleuze o Bergson hasta Lucrecio para afirmar con ellos que "...negarse a crear por azar es negarse a crear...".

Pero es en la II parte de su "Estética de lo peor", que subtitula "La risa exterminadora", donde hemos encontrado las pistas que más nos han interesado para el tema que nos ocupa. En ella se distingue entre dos formas de risa claramente diferenciadas: "...una larga, que proporciona [en apariencia, enjundiosos] considerandos; otra, en principio corta, que prescinde de ellos -de ahí el carácter honesto de la primera y escandaloso de la segunda-. Así pues, esta risa socialmente honesta, que dura y dura como las pilas del conejo de la tele- será considerada, habitualmente, como la "risa que va lejos" y se dará emparentada con la ironía. En el polo opuesto quedaría la risa que él llama escandalosa la cual tendrá como característica ese brusco detenerse pronto de la risa tonta, ya que no hay nada en ella que la pueda justificar. Esta última carecerá del respaldo social de la primera y se encontrará íntimamente relacionada con el humor más vacío de sentido y con las técnicas del chiste. Como es de suponer, la tesis de Rosset apuesta vigorosamente por la segunda opción "...esa risa corta que no desemboca en perspectiva alguna, que quita sin dar nada a cambio [...] Por eso engulle el sentido de un sólo golpe y, después de ella, nada queda por decir...". Así pues, donde la ironía intenta la deconstrucción, necesariamente parcial, de algunos aspectos del problema el humor dinamita la situación desapareciendo con ello la supuesta cuestión "...Dicho de otro modo: el que, en el momento de imaginar el desorden [en este caso estético] no puede figurarse más que lo contrario del orden confiesa con ello que ignora, y siempre ignorará, las leyes del azar y del caos...", las únicas que, a mi modesto entender, regulan la experiencia artística y creativa.

De ahí que, como conclusión provisional de esta investigación puntual me atreva a afirmar ahora que quien no sea capaz de imaginar otra alternativa espiritual y creativa que esa vieja pedantería del Arte que se nos vende -incluso cuando no se le compra- siempre solemne y enmarcado (o sobre fálico pedestal) estaría confesando abiertamente que no sólo lo ignora todo sobre el proyecto autoliberador del pensamiento trágico sino que conoce a la perfección las reglas y las normas del Mercado.

Domingo Mestre (United artists from the Museum)


Texto extraído de:

Performance 90, sitio colaborativo