Me convertí en Miss o la construcción del cuerpo social. Clara Caminero K

Me convertí en Míss o la construcción del cuerpo social
Clara Caminero K.
Curadora

Es indiscutible el poder que ejercen los medios y el mercado sobre nuestras vidas. Un aspecto rotundo donde más se percibe esta carga es en la revalorización de los modelos corporales en detrimento de aquello que no se ajuste a los esquemas planteados por la publicidad, el mundo de la moda y los concursos de belleza llevando a equiparar erróneamente estos cánones con el éxito emocional, profesional y social.



Aunque estos clichés corporales afectan a hombres y a mujeres es indiscutible que, por la misma estructura de la sociedad, ha sido el cuerpo femenino el principal objeto de esas concepciones del mercado y por tanto la mujer la que sufre la presión social de asimilar estos modelos y expresiones e intentar parecerse a ellos en ese erróneo y confuso concepto de la proyección, y realización personal utilizando el cuerpo como plataforma.




La diversidad racial y su manifestación física (cuerpo, ojos, pelo, nariz, etc) se han visto reducidas a patrones físicos y de conducta impuestos. En este caso hablaremos de los patrones establecidos por los certámenes de belleza, que hoy, en algunos países, son verdaderas industrias para producir misses. Es el caso archiconocido de Venezuela, donde la industria de la belleza le ha regalado, a la hoy República Bolivariana de Venezuela, 4 reinas, en el más importante de estos eventos: Miss Universo.




Es en Venezuela y, coincidencialmente, próximo a la pasada celebración de Miss Venezuela, que se realizó el III Encuentro Mundial de Arte Corporal, celebrado del 7 al 16 de septiembre, y donde Sayuri Guzmán presentó la performance Me convertí en Míss, una acción en la que la artista nos plantea las implicaciones del hecho de que hoy en día se sustituye la humanidad por la apariencia. Este planteamiento lo vemos evidenciado en un primer encuentro con la construcción que Sayuri hace de la palabra Mí-ss, un juego con la palabra donde hace referencia al yo, al ser y a ese producto bello que es la miss.


Me convertí en Míss, es una acción que alude a toda la parafernalia ficticia de una sociedad donde la mujer del César estaría feliz, ya que no necesitaría ser, pues el parecer es la meta. Es sabido por todos, que la gran mayoría de estas bellezas perfectas son sometidas a “arreglos”, por decirlo de alguna manera, que las acerque a esos parámetros físicos necesarios para clasificar como finalistas en la competencia por la preciada banda que acreditará a una de ellas como la mujer mas bella del u n i v e r s o.




Pero aunque la acción de Sayuri toma como ejemplo el caso de las misses, el cuestionamiento va más allá de la pasarela donde la mujer se exhibe, voluntaria y orgullosamente, como una muñeca. Aquí se habla de la inconformidad de lo que realmente somos, de que la sociedad consumista a la que pertenecemos vende una imagen que hay que lograr para ser aceptados, para hacernos notar y validar en un mundo plagado de convenciones falsas, porque la belleza y la juventud tienen fecha de vencimiento.




Hablamos de cómo lo falso pasa a ser aceptado como verdad, hablamos del hecho de que una mujer se sienta ante un espejo a construir un cosa que ella no es, para parecer lo que los demás quieren ver. Hablamos de que en esta competencia, en la que vivimos todos, mucha gente se pierde para convertirse en un articulo, veamos a la míss como una alusión a la mujer y me voy más allá, veamos a la miss como una alusión a todos, que de alguna manera hemos sido y somos participe de la farsa.




Para lograr todo esto Sayuri acude a un asesor de imagen quien le sugiere aquellos aspectos que debe mejorar, pues su real apariencia física necesita ser reforzada para llenar los parámetros establecidos para las misses. Hay pues que cambiar el largo y el color del pelo, una dieta estricta, por supuesto, levantar las cejas, respingar la nariz, una faja modeladora que enfatice las curvas, uñas postizas, zapatos de tacón, siempre en minifalda, cubrir las piernas con un spray que da la sensación de un bronceado eterno, horas de caminata por la pasarela, corrector de postura, maquillaje, ropa de color adecuado, un super brasier que realce sus atributos, ensayar como saludar y como sonreír.





Horas invertidas para la construcción de un producto, que en el mundo real se traduce en mujeres frustradas por no conseguir el ideal de la belleza estandardizada de la super modelo o de la miss, que se enferman con dietas rígidas, muertes por cirugías realizadas irresponsablemente, rostros deformados por el uso indebido de implantes…

Otro aspecto en esta industria es la costosa inversión en la compra compulsiva de aditamentos en pos de una belleza instantánea, (extensiones de pelo, uñas postizas, new nouse, fajas) en fin, el consumo loco y desmedido para rendir culto a la apariencia que suele convertirse en un duro desafío.


Sayuri llega al escenario, convertida en Míss, el porte erguido, el maquillaje, el peinado, la gente la aplaude en su caminata hasta el final del escenario donde un tocador con espejo la espera. Sayuri empieza su ritual: Se quita el maquillaje que cubre su rostro, se quita los largos y brillantes aretes. Se retira las extensiones del pelo y los palitos que lleva en la nariz, para que se vea más recta, y las uñas postizas que estilizan sus manos. Se descalza. Se quita el vestido largo y la faja también. Sayuri queda desnuda mostrando su verdadera apariencia no perfecta. En un cajón del tocador están sus sandalias, sus jeans, la blusa ligera. Sayuri se viste y vuelve a ser ella para, con esa acción, dar una respuesta desde su interioridad dejando al margen la representación ideal y la frustración del propio cuerpo.

Cabe aclarar que en esta performance no percibimos una crítica al hecho de verse y sentirse bien o hermoso, lo que percibimos es un rechazo a la opresión que se ejerce socialmente, en ciertos medios, a fin de lograr esos objetivos. Sabemos que lo que se critica es esa exaltación y culto a una belleza mercantilista y caprichosa que nos convierte en títeres y seres verdaderamente infelices al olvidarnos que somos más que tela y maquillaje.