Sayuri Guzmán o la Pasión del Performance. Maranne De Tolentino
Sayuri Guzmán o la Pasión del Performance
Por Maranne De Tolentino
La noche del invierno dominicano cobró calor en el Museo de Arte Moderno. La obra era un cuerpo, yacente e inmóvil pero despierto. Los latidos del corazón percutían la vida, y los amigos emocionados retenían su aliento.
Sayuri Guzmán permaneció, durante seis horas, inmóvil, acostada en el piso, en el centro del sótano del Museo de Arte Moderno.
¿Qué es un performance? ¿Qué significa esta palabra? Es un vocablo inglés, que también se emplea en francés, cuya significación y traducción se multiplica: realización, cumplimiento, acción, actuación, obra, representación, hazaña… Citamos todas estas acepciones, porque cada una corresponde, de un modo más o menos exacto al perfil del Performance, como categoría de arte contemporáneo.
Correctamente debería emplearse el femenino, “la” performance, acorde con la etimología del francés antiguo, y que se usa en ciertos países latinoamericanos. Aquí, lo “masculinizamos” y decimos “un” o “el” performance, influidos por el inglés que en sus artículos y adjetivos no conoce el femenino. Probablemente seguirá siendo en dominicano, “el” performance…
Aproximación al Performance
El Performance, prácticamente desconocido aquí como lenguaje artístico y aun minoritario en el mundo, ameritaría una extensa introducción histórica, pero los límites de un artículo permitirán breves datos solamente, sin referirnos a los precursores como Marinetti, Duchamp y Dadá.
Los grandes iniciadores se sitúan después de mediados del siglo XX, y particularmente en los años 60, con el compositor John Cage y el movimiento Fluxus, el artista alemán Joseph Beuys y su liebre muerta en brazos, el Grupo de Viena y sus happenings sangrientos, el pintor francés Yves Klein y sus pinturas antropométricas espectaculares. Ese último daría una definición siempre válida: “Se trata de mi cuerpo o de un cuerpo ajeno, no tengo otro modo de conocer el cuerpo humano que viviéndolo, lo que significa asumir toda la responsabilidad del drama que fluye a través de mí y confundirme entonces con él”.
Los 70 marcan una explosión del Performance con la Documenta de Kassel en 1972, dedicada a las expresiones corporales y conceptuales, realizadas frente a un público. Sobresale el alemán Joseph Beuys, que, en 1974, se queda encerrado una semana con un coyote titulado “I like América y América likes me”, fue una metáfora de la persecución de los indios. Y en la década del 80 actúan un gran número de “performers”, profesionales, en Europa y América, con estilos y actitudes muy variados, que se suscriben al Body Art o Arte Corporal –donde el cuerpo del artista es la materia fundamental de la creación– o que se acompañaron de danza, música y canto.
Si bien es cierto que el auge del Performance se produjo hace 25 años, su vigencia continúa, y las grandes Bienales –Sao Paulo, Venecia– siempre cuentan con su presencia. En América Latina se han destacado la desaparecida Ana Mendieta, oriunda de Cuba, ejemplar en su rigor y entrega, y Leopoldo Maler –argentino–, siempre espectacular. Maler vive en la República Dominicana y presentó un performance inolvidable en la Casa de Bastidas, provocando una conmoción mediática. Y hoy, una joven y brillante “performer” e instaladora guatemalteca, premiada en la última Bienal de Venecia, Regina Galindo, reside en Santo Domingo.
Ahora bien, cada una de las prácticas creadoras de esa exigente categoría artística se hace única y constituye una identidad en movimiento. Es más, la definición global del “performance” y sus límites siempre ofrecen dificultades, Joseph Beuys expresó muy bien la extensión de esa propuesta”. En ese proceso, no sólo se crea, sino que se aprende día a día, hora a hora”.
Performance en Santo Domingo y Sayuri Guzmán
En la República Dominicana el Performance hace su entrada, en décadas pasadas, con dos grandes creadores polivalentes, Geo Ripley –que, a caballo, llegó a causar estupor en la Bienal de Sao Paulo– y Silvano Lora, que, integrando la danza y el acto de pintar, ofreció un auténtico espectáculo en una de nuestras Bienales nacionales, ante un público fascinado.
La política de apertura de las Bienales Nacionales ha generado un interés creciente hacia el Performance, como categoría de arte contemporáneo en competencia con las demás, dentro de un renglón “libre” o independiente, como la Bienal 2005. Nunca tuvieron suerte los “performers” y, recientemente no llegaron a la admisión.
Esta decisión drástica del jurado ha dejado ciertas dudas, ya que uno que otro artista eliminado ya tenía una acogida internacional. Por otra parte, ya se han celebrado encuentros en torno al performance en Puerto Plata y Santiago, y el movimiento sigue. Que sólo una pequeña minoría califique no sorprende, sucede igual en el video, la instalación… y la pintura misma. Definitivamente, el jefe de fila en el arte corporal, el más fuerte, con más conocimientos, experiencia y compromiso, se llama David Pérez.
Otro “performer”, cada vez más comprometido, es Sayuri Guzmán, un caso especial, que ha llegado al arte corporal, a partir de sus estudios teóricos, y no como artista plástica. Su involucramiento creciente refleja bastante una afirmación del profesor Arnaud Labelle, para el cual el Performance, como obra de arte, es una realización en público, prescindiendo del dominio de un oficio artístico en particular, multidisciplinaria, cuya función es existir fugazmente o tender a un nivel básico de expresión.
Ahora bien, quienes han seguido la evolución de Sayuri Guzmán, han observado, más allá de una dedicación, su pasión por el performance, prometiendo sus dos obras individuales un porvenir personal, fructífero y acertado –a nuestro criterio–...
En el evento que escenificó en el Museo de Arte Moderno, confirmó que para ella –aunque pueda cambiar– el performance proyecta un mensaje positivo de belleza y de amor, con una exaltación de las cualidades plásticas sin que su proceso evite el riesgo, el dolor y la resistencia, tanto física como psíquica.
Sayuri permaneció, durante seis horas, inmóvil, acostada en el piso, en el centro del sótano del Museo de Arte Moderno. Un estetoscopio, fijado en el pecho y conectado con amplificadores de sonido, transmitía los latidos de su corazón. Todos los espectadores –en su mayoría amigos y parientes– estaban suspendidos a las variaciones rítmicas y a esa percusión vital.
La joven artista había concebido su propuesta, a partir de un versículo del Evangelio de San Lucas, terminando por estas palabras “Niña levántate”. Sayuri, descalza y las manos cruzadas sobre el pecho estaba ataviada como una vestal para el sacrificio, su traje cuidadosamente desplegado, su cabellera formando casi una aureola. Era una visión estremecedora, en la que se conjugaban la (impresión de) Muerte y la (realidad de) la Vida: la emoción y fascinación de los presentes aumentaban, con el tiempo. La melopea del corazón, cuya instrumentación escrutaba los mecanismos internos del cuerpo, se inscribía en los componentes estéticos y plurisensoriales de la acción. También rito y ceremonia, sin descartar lo místico-religioso, podían leerse tanto en la concepción como en la ejecución de la propuesta.
Fueron seis largas horas de entrega a la meditación, soportando el frío y las corrientes de aire, el hormigueo y los calambres. Un médico estuvo atento a la regularidad cardíaca. Sayuri Guzmán salió victoriosa de esa “prueba” física y mental. A las doce de la noche, hora real y simbólica, ella se levantó… pero no caminó inmediatamente. De la misma manera que su trabajo refleja la armonía y el amor, la prudencia y el respeto de su integridad forman parte de su práctica artística.
Los espectadores, que suelen necesitar entrenamiento ante las nuevas formas de arte, reaccionaron con sensibilidad y comprehensión espontánea… como sucede en los públicos desprejuiciados, confrontados con una auténtica obra de arte.
Artículo publicado en:
http://www.hoy.com.do
Por Maranne De Tolentino
La noche del invierno dominicano cobró calor en el Museo de Arte Moderno. La obra era un cuerpo, yacente e inmóvil pero despierto. Los latidos del corazón percutían la vida, y los amigos emocionados retenían su aliento.
Sayuri Guzmán permaneció, durante seis horas, inmóvil, acostada en el piso, en el centro del sótano del Museo de Arte Moderno.
¿Qué es un performance? ¿Qué significa esta palabra? Es un vocablo inglés, que también se emplea en francés, cuya significación y traducción se multiplica: realización, cumplimiento, acción, actuación, obra, representación, hazaña… Citamos todas estas acepciones, porque cada una corresponde, de un modo más o menos exacto al perfil del Performance, como categoría de arte contemporáneo.
Correctamente debería emplearse el femenino, “la” performance, acorde con la etimología del francés antiguo, y que se usa en ciertos países latinoamericanos. Aquí, lo “masculinizamos” y decimos “un” o “el” performance, influidos por el inglés que en sus artículos y adjetivos no conoce el femenino. Probablemente seguirá siendo en dominicano, “el” performance…
Aproximación al Performance
El Performance, prácticamente desconocido aquí como lenguaje artístico y aun minoritario en el mundo, ameritaría una extensa introducción histórica, pero los límites de un artículo permitirán breves datos solamente, sin referirnos a los precursores como Marinetti, Duchamp y Dadá.
Los grandes iniciadores se sitúan después de mediados del siglo XX, y particularmente en los años 60, con el compositor John Cage y el movimiento Fluxus, el artista alemán Joseph Beuys y su liebre muerta en brazos, el Grupo de Viena y sus happenings sangrientos, el pintor francés Yves Klein y sus pinturas antropométricas espectaculares. Ese último daría una definición siempre válida: “Se trata de mi cuerpo o de un cuerpo ajeno, no tengo otro modo de conocer el cuerpo humano que viviéndolo, lo que significa asumir toda la responsabilidad del drama que fluye a través de mí y confundirme entonces con él”.
Los 70 marcan una explosión del Performance con la Documenta de Kassel en 1972, dedicada a las expresiones corporales y conceptuales, realizadas frente a un público. Sobresale el alemán Joseph Beuys, que, en 1974, se queda encerrado una semana con un coyote titulado “I like América y América likes me”, fue una metáfora de la persecución de los indios. Y en la década del 80 actúan un gran número de “performers”, profesionales, en Europa y América, con estilos y actitudes muy variados, que se suscriben al Body Art o Arte Corporal –donde el cuerpo del artista es la materia fundamental de la creación– o que se acompañaron de danza, música y canto.
Si bien es cierto que el auge del Performance se produjo hace 25 años, su vigencia continúa, y las grandes Bienales –Sao Paulo, Venecia– siempre cuentan con su presencia. En América Latina se han destacado la desaparecida Ana Mendieta, oriunda de Cuba, ejemplar en su rigor y entrega, y Leopoldo Maler –argentino–, siempre espectacular. Maler vive en la República Dominicana y presentó un performance inolvidable en la Casa de Bastidas, provocando una conmoción mediática. Y hoy, una joven y brillante “performer” e instaladora guatemalteca, premiada en la última Bienal de Venecia, Regina Galindo, reside en Santo Domingo.
Ahora bien, cada una de las prácticas creadoras de esa exigente categoría artística se hace única y constituye una identidad en movimiento. Es más, la definición global del “performance” y sus límites siempre ofrecen dificultades, Joseph Beuys expresó muy bien la extensión de esa propuesta”. En ese proceso, no sólo se crea, sino que se aprende día a día, hora a hora”.
Performance en Santo Domingo y Sayuri Guzmán
En la República Dominicana el Performance hace su entrada, en décadas pasadas, con dos grandes creadores polivalentes, Geo Ripley –que, a caballo, llegó a causar estupor en la Bienal de Sao Paulo– y Silvano Lora, que, integrando la danza y el acto de pintar, ofreció un auténtico espectáculo en una de nuestras Bienales nacionales, ante un público fascinado.
La política de apertura de las Bienales Nacionales ha generado un interés creciente hacia el Performance, como categoría de arte contemporáneo en competencia con las demás, dentro de un renglón “libre” o independiente, como la Bienal 2005. Nunca tuvieron suerte los “performers” y, recientemente no llegaron a la admisión.
Esta decisión drástica del jurado ha dejado ciertas dudas, ya que uno que otro artista eliminado ya tenía una acogida internacional. Por otra parte, ya se han celebrado encuentros en torno al performance en Puerto Plata y Santiago, y el movimiento sigue. Que sólo una pequeña minoría califique no sorprende, sucede igual en el video, la instalación… y la pintura misma. Definitivamente, el jefe de fila en el arte corporal, el más fuerte, con más conocimientos, experiencia y compromiso, se llama David Pérez.
Otro “performer”, cada vez más comprometido, es Sayuri Guzmán, un caso especial, que ha llegado al arte corporal, a partir de sus estudios teóricos, y no como artista plástica. Su involucramiento creciente refleja bastante una afirmación del profesor Arnaud Labelle, para el cual el Performance, como obra de arte, es una realización en público, prescindiendo del dominio de un oficio artístico en particular, multidisciplinaria, cuya función es existir fugazmente o tender a un nivel básico de expresión.
Ahora bien, quienes han seguido la evolución de Sayuri Guzmán, han observado, más allá de una dedicación, su pasión por el performance, prometiendo sus dos obras individuales un porvenir personal, fructífero y acertado –a nuestro criterio–...
En el evento que escenificó en el Museo de Arte Moderno, confirmó que para ella –aunque pueda cambiar– el performance proyecta un mensaje positivo de belleza y de amor, con una exaltación de las cualidades plásticas sin que su proceso evite el riesgo, el dolor y la resistencia, tanto física como psíquica.
Sayuri permaneció, durante seis horas, inmóvil, acostada en el piso, en el centro del sótano del Museo de Arte Moderno. Un estetoscopio, fijado en el pecho y conectado con amplificadores de sonido, transmitía los latidos de su corazón. Todos los espectadores –en su mayoría amigos y parientes– estaban suspendidos a las variaciones rítmicas y a esa percusión vital.
La joven artista había concebido su propuesta, a partir de un versículo del Evangelio de San Lucas, terminando por estas palabras “Niña levántate”. Sayuri, descalza y las manos cruzadas sobre el pecho estaba ataviada como una vestal para el sacrificio, su traje cuidadosamente desplegado, su cabellera formando casi una aureola. Era una visión estremecedora, en la que se conjugaban la (impresión de) Muerte y la (realidad de) la Vida: la emoción y fascinación de los presentes aumentaban, con el tiempo. La melopea del corazón, cuya instrumentación escrutaba los mecanismos internos del cuerpo, se inscribía en los componentes estéticos y plurisensoriales de la acción. También rito y ceremonia, sin descartar lo místico-religioso, podían leerse tanto en la concepción como en la ejecución de la propuesta.
Fueron seis largas horas de entrega a la meditación, soportando el frío y las corrientes de aire, el hormigueo y los calambres. Un médico estuvo atento a la regularidad cardíaca. Sayuri Guzmán salió victoriosa de esa “prueba” física y mental. A las doce de la noche, hora real y simbólica, ella se levantó… pero no caminó inmediatamente. De la misma manera que su trabajo refleja la armonía y el amor, la prudencia y el respeto de su integridad forman parte de su práctica artística.
Los espectadores, que suelen necesitar entrenamiento ante las nuevas formas de arte, reaccionaron con sensibilidad y comprehensión espontánea… como sucede en los públicos desprejuiciados, confrontados con una auténtica obra de arte.
Artículo publicado en:
http://www.hoy.com.do