El arte japonés del cuerpo. Del taoísmo al feminismo. Guillermo García
El arte japonés del cuerpo. Del taoísmo al feminismo
Guillermo García
El pasado mes de Mayo se presentó en México el encuentro de performance México-Japón, con la participación de artistas mexicanos del D.F. en X Teresa y de artistas yucatecos en Mérida. El evento fue promovido por la artista Elvira Santamaría y Seiji Shimoda, director del festival internacional de performance NIPAF en Japón. La presente es una crónica de la presentación japonesa en Mérida auspiciada por el Instituto de Cultura de Yucatán.
Bien mirados los japoneses son gente ceremoniosa y apacible, recatada y callada, por lo menos fuera de las fronteras de su país. Parcos en la comunicación verbal, pero expresivos en sus rituales y lenguaje corporal son personas que comunican algo con gestos diminutos. La vida reflejada en un paisaje japonés es plácida y poética, todo parece armónico y estático, aún en los grabados en madera de los siglos XVII y XVIII, las más lujuriosas escenas eróticas son pausadas, congeladas entre lo decorativo y un aprecio por la buena postura.
Lo que no puede decirse es que el artista japonés sea inexpresivo. Su misterio radica en su sencillez y la contención. La reciente muestra de performances que tuvo lugar en dos ciudades, México y Mérida, constituyó una oportunidad para acércanos a un ámbito poco conocido de la vida nipona, la cotidianeidad. Los seis artistas que cruzaron el Pacífico para llegar a estas tierras tenían eso en común, el presentar acciones y cuerpos envueltos en un halo de familiaridad que para los que asistimos a las presentaciones en Mérida resultó contemplativo y relajante.
Seiji Shimoda, fundador del Festival Japonés de Performance (NIPAF, por sus siglas en inglés), subrayó esta característica, al señalar durante una conferencia que el performance no tiene reglas escritas ni cánones, surge de la vida misma, de la experiencia individual, de un lenguaje personal que manifiesta una disciplina y la resistencia a la uniformidad.
La reciente explosión de arte corporal en Asia proviene de la conciliación entre principios opuestos: la sobrevivencia de tradiciones milenarias en contraste con tecnologías sofisticadas; el pacifismo actual versus el militarismo que embargó al continente en las últimas cinco décadas; la permanencia del budismo y el surgimiento del consumismo.
Los resultados de esta confrontación estuvieron a la vista durante el festival. Los seis performances estaban unidos por una meditación sobre la identidad personal, algo que resulta sumamente revolucionario puesto que en Japón el individuo siempre está subordinado a la comunidad. Revelador de esto es el hecho de el nombre familiar siempre precede al nombre personal o que el budismo promueve la fusión de la conciencia individual en el amplio horizonte de la naturaleza. La división mente-cuerpo, característica del pensamiento occidental, carece de sentido en la filosofía tradicional nipona, el Taoismo y Confucianismo.
Una característica importante en el trabajo de estos artistas nipones es la manera en que entienden el concepto de resistencia pasiva y vulnerabilidad activa. El performance de Yukio Saegusa, quien luego de servir un vaso de agua sobre una mesa, se acomodó en una silla, manteniendo la misma postura por espacio de 40 minutos, sin parpadear o mover un músculo, lleva a pensar en esa forma de concentración en presente, en un performance cuya estrategia es precisamente la no acción, la fijación del cuerpo sobre un momento.
El rigor, el control sobre el cuerpo y el dolor auto inflingido fueron que cimbraron a los espectadores durante el perfomance de la joven Yumiko Okada. Vestida con pantalones vaqueros y una camiseta, Okada comienza el performance despojándose de la camisa, metiendo una mano en el bolsillo del pantalón y saltando sobre una pierna. Durante varios minutos mantiene un precario equilibrio mientras que con la boca succiona la cara interior de su antebrazo derecho hasta hacerla sangrar.
El equilibrio y el bloqueo de los sentidos fueron empleados por Seiji Shimoda, aunque de una manera más melodramática. Su performance inicia con la colocación de cintas de cinta adhesiva en el cabello. Posteriormente se cubre los ojos con vasos desechables de poliuretano y sube de espaldas sobre una escalera de aluminio a tientas. Ya en la parte superior acciona una caja de sonidos electrónicos e inicia el descenso. Retira los vasos de los ojos y comienza a colocar huevos sobre la orilla de un vaso, rompiendo el cascaron solo lo justo para que queden detenidos. A continuación ingiere las yemas de huevo, las devuelve a su respectivo cascaron y vuelve a unir los cascarones con cinta adhesiva. El performance llega a su cenit cuando comienza a bailar lentamente, con los brazos en alto, de los cuales cuelgan los huevos rotos y pegados.
Estas acciones que proyectaban la búsqueda individual de un lugar en el contexto social contrastan con la acción de Mari Tanikawa, quien parodia las roles de lo femenino y a las regulaciones sociales que etiquetan y estandarizan su cuerpo. Ataviada con una bolsa de plástico como vestido, añade, cual adornos, envases de plástico en el cuerpo. Baila al ritmo de foxtrot, ingiere mermelada y otros líquidos que luego devuelve en sus manos y se prepara a desfilar sus encantos ante los ojos de los demás.
En general, la muestra de performance, que tuvo lugar en distintas sedes y en la calle misma, fue un despliegue sobre las posibilidades de reestructurar nuestra idea de lo japonés, de penetrar en su complejidad. El performance de Akiyo Tsubakihara, en el cual recorre la extensión de su cuerpo con sus dedos cubiertos por guantes y luego dibuja su rostro sobre pizarras de plástico, habla de la necesidad de reconocer límites entre el propio cuerpo y la imagen que proyectamos hacia los demás.
Pocas oportunidades tenemos para hacer conciencia de que vivimos dentro de una sustancia expresiva que es en sí misma su propio lenguaje. Lo que el performance japonés nos deja es el sabor de que a cada momento estamos ante la posibilidad de usar nuestra anatomía y sentidos para expresarnos, aún cuando muchas veces ni siquiera estamos concientes de ello. Como lo planteó la acción de Kazuhiro Nishijima, será más factible calentar un tempano de hielo con un foco de baja potencia neutralizar la luz con el frío que emite el hielo.
Texto extraído de:
http://replica21.com/archivo/articulos/g_h/124_garcia_perfjap.html
Guillermo García
El pasado mes de Mayo se presentó en México el encuentro de performance México-Japón, con la participación de artistas mexicanos del D.F. en X Teresa y de artistas yucatecos en Mérida. El evento fue promovido por la artista Elvira Santamaría y Seiji Shimoda, director del festival internacional de performance NIPAF en Japón. La presente es una crónica de la presentación japonesa en Mérida auspiciada por el Instituto de Cultura de Yucatán.
Bien mirados los japoneses son gente ceremoniosa y apacible, recatada y callada, por lo menos fuera de las fronteras de su país. Parcos en la comunicación verbal, pero expresivos en sus rituales y lenguaje corporal son personas que comunican algo con gestos diminutos. La vida reflejada en un paisaje japonés es plácida y poética, todo parece armónico y estático, aún en los grabados en madera de los siglos XVII y XVIII, las más lujuriosas escenas eróticas son pausadas, congeladas entre lo decorativo y un aprecio por la buena postura.
Lo que no puede decirse es que el artista japonés sea inexpresivo. Su misterio radica en su sencillez y la contención. La reciente muestra de performances que tuvo lugar en dos ciudades, México y Mérida, constituyó una oportunidad para acércanos a un ámbito poco conocido de la vida nipona, la cotidianeidad. Los seis artistas que cruzaron el Pacífico para llegar a estas tierras tenían eso en común, el presentar acciones y cuerpos envueltos en un halo de familiaridad que para los que asistimos a las presentaciones en Mérida resultó contemplativo y relajante.
Seiji Shimoda, fundador del Festival Japonés de Performance (NIPAF, por sus siglas en inglés), subrayó esta característica, al señalar durante una conferencia que el performance no tiene reglas escritas ni cánones, surge de la vida misma, de la experiencia individual, de un lenguaje personal que manifiesta una disciplina y la resistencia a la uniformidad.
La reciente explosión de arte corporal en Asia proviene de la conciliación entre principios opuestos: la sobrevivencia de tradiciones milenarias en contraste con tecnologías sofisticadas; el pacifismo actual versus el militarismo que embargó al continente en las últimas cinco décadas; la permanencia del budismo y el surgimiento del consumismo.
Los resultados de esta confrontación estuvieron a la vista durante el festival. Los seis performances estaban unidos por una meditación sobre la identidad personal, algo que resulta sumamente revolucionario puesto que en Japón el individuo siempre está subordinado a la comunidad. Revelador de esto es el hecho de el nombre familiar siempre precede al nombre personal o que el budismo promueve la fusión de la conciencia individual en el amplio horizonte de la naturaleza. La división mente-cuerpo, característica del pensamiento occidental, carece de sentido en la filosofía tradicional nipona, el Taoismo y Confucianismo.
Una característica importante en el trabajo de estos artistas nipones es la manera en que entienden el concepto de resistencia pasiva y vulnerabilidad activa. El performance de Yukio Saegusa, quien luego de servir un vaso de agua sobre una mesa, se acomodó en una silla, manteniendo la misma postura por espacio de 40 minutos, sin parpadear o mover un músculo, lleva a pensar en esa forma de concentración en presente, en un performance cuya estrategia es precisamente la no acción, la fijación del cuerpo sobre un momento.
El rigor, el control sobre el cuerpo y el dolor auto inflingido fueron que cimbraron a los espectadores durante el perfomance de la joven Yumiko Okada. Vestida con pantalones vaqueros y una camiseta, Okada comienza el performance despojándose de la camisa, metiendo una mano en el bolsillo del pantalón y saltando sobre una pierna. Durante varios minutos mantiene un precario equilibrio mientras que con la boca succiona la cara interior de su antebrazo derecho hasta hacerla sangrar.
El equilibrio y el bloqueo de los sentidos fueron empleados por Seiji Shimoda, aunque de una manera más melodramática. Su performance inicia con la colocación de cintas de cinta adhesiva en el cabello. Posteriormente se cubre los ojos con vasos desechables de poliuretano y sube de espaldas sobre una escalera de aluminio a tientas. Ya en la parte superior acciona una caja de sonidos electrónicos e inicia el descenso. Retira los vasos de los ojos y comienza a colocar huevos sobre la orilla de un vaso, rompiendo el cascaron solo lo justo para que queden detenidos. A continuación ingiere las yemas de huevo, las devuelve a su respectivo cascaron y vuelve a unir los cascarones con cinta adhesiva. El performance llega a su cenit cuando comienza a bailar lentamente, con los brazos en alto, de los cuales cuelgan los huevos rotos y pegados.
Estas acciones que proyectaban la búsqueda individual de un lugar en el contexto social contrastan con la acción de Mari Tanikawa, quien parodia las roles de lo femenino y a las regulaciones sociales que etiquetan y estandarizan su cuerpo. Ataviada con una bolsa de plástico como vestido, añade, cual adornos, envases de plástico en el cuerpo. Baila al ritmo de foxtrot, ingiere mermelada y otros líquidos que luego devuelve en sus manos y se prepara a desfilar sus encantos ante los ojos de los demás.
En general, la muestra de performance, que tuvo lugar en distintas sedes y en la calle misma, fue un despliegue sobre las posibilidades de reestructurar nuestra idea de lo japonés, de penetrar en su complejidad. El performance de Akiyo Tsubakihara, en el cual recorre la extensión de su cuerpo con sus dedos cubiertos por guantes y luego dibuja su rostro sobre pizarras de plástico, habla de la necesidad de reconocer límites entre el propio cuerpo y la imagen que proyectamos hacia los demás.
Pocas oportunidades tenemos para hacer conciencia de que vivimos dentro de una sustancia expresiva que es en sí misma su propio lenguaje. Lo que el performance japonés nos deja es el sabor de que a cada momento estamos ante la posibilidad de usar nuestra anatomía y sentidos para expresarnos, aún cuando muchas veces ni siquiera estamos concientes de ello. Como lo planteó la acción de Kazuhiro Nishijima, será más factible calentar un tempano de hielo con un foco de baja potencia neutralizar la luz con el frío que emite el hielo.
Texto extraído de:
http://replica21.com/archivo/articulos/g_h/124_garcia_perfjap.html